¿Sabías que la palabra “Ansiedad” fue una de las más buscadas en Internet durante y después de la pandemia?
María caminaba por la calle Enmedio, en plenas rebajas de Enero. Tenía que devolver en Zara unos pantalones que se le quedaban pequeños.
De repente, empezó a sentir todos los síntomas que ya sabía identificar como propios de un ataque de ansiedad.
La primera vez que le ocurrió no tenía ni idea de qué le ocurría.
Se empezó a notar el pulso más débil y rápido, un leve mareo, opresión en el pecho y los dedos de las manos se le empezaron a agarrotar.
Pensó que iba a morir de un infarto. La sensación de muerte inminente que experimentó fue una de las experiencias más horribles que jamás había vivido.
Aquella vez su madre llamó al centro de salud y allí le pusieron bajo la lengua un ansiolítico, hasta que se le pasó el ataque de ansiedad.
Aquel día de Rebajas, María ya no tuvo que llamar al centro de salud. Había leído varios artículos sobre el tema y había estado acudiendo a un psicólogo para aprender a controlar su ansiedad.
Tenía varias técnicas preparadas: una de ellas, era pararse, cerrar los ojos y hacer cinco respiraciones profundas. La otra, era repetirse mentalmente que todo estaba bien, mientras se imaginaba un lago en medio de un bosque. Optó por la segunda opción.
Tras lograr calmarse un poco, una pregunta apareció en su mente y no logró quitársela de encima durante meses y así me la repitió en terapia: “¿Por qué tenía yo que practicar estas técnicas mientras que el resto de personas estaban disfrutando de sus compras tranquilamente?”
Digamos que la ansiedad, así como otros síntomas de malestar psicológico, son como luces de alarma que nos indican que algo no funciona a nivel emocional y mental.
La ansiedad no es en sí mala, ni buena. Y por supuesto, no es algo para toda la vida.
La mente se ha desbordado, como un vaso en el que no cabe más agua.
El cuerpo nos está diciendo a través de la ansiedad que reaccionemos, que pongamos en orden todo aquello que no está bien en nuestra vida.
Paco, ejecutivo de una gran empresa y padre de dos niños preciosos, me contaba en terapia que tenía una vida que se podría calificar de perfecta, hasta que la ansiedad apareció en su vida.
Como María, nunca antes había tenido noticias de este problema, e incluso trataba con cierto desdén a las personas que se quejaban de la ansiedad, creía que era debilidad de carácter, aderezado con un poco de victimismo.
Paco, firme defensor de una vida disciplinada, siempre pensó que la voluntad podía con todo. Hasta que él no pudo con su ansiedad y decidió buscar ayuda.
Desde que la ansiedad lo empezó a dominar, tenía pánico a hablar en público y temía las reuniones con otros directivos, cuando antes él era el que lideraba esos tipos de eventos.
Pero lo que más miedo le daba era que otro ataque de ansiedad pudiera surgirle en el momento menos pensado.
La ansiedad no es solo lo que le ocurrió a María cuando tuvo que ir al centro de salud.
Abarca otros síntomas como son: preocupación en exceso, dificultad para concentrarse, irritabilidad, problemas para dormir, jaquecas, inquietud, dolores musculares, problemas de estómago, etc.
Para cambiar esas sensaciones internas tan desagradables es probable que recurramos con frecuencia a adicciones como el alcohol, el tabaco, las drogas, los atracones de comida, obsesión con el trabajo o deporte en exceso.
O también puede que nos mediquemos con ansiolíticos. No olvidemos que nuestro país está considerado el país del mundo donde se toman más tranquilizantes. Su consumo parece haber aumentado un 10% en la última década.
¿Cuál es la razón de estos excesos? Parece ser que nuestra atención primaria sanitaria no puede más, está estresada, y lo más sencillo desde la medicina de familia, es recetar pastillas.
Está muy claro que aún no somos conscientes en este país de la importancia del tratamiento de la ansiedad por parte de profesionales que se han formado en la atención psicológica.
Es un problema realmente grave, y la solución no puede ser un simple “parche”.
Pensemos en la mente como un iceberg, apenas un 5% de lo que sentimos y pensamos nos llega a la conciencia. Según este presupuesto, avalado por la neurociencia, las técnicas para controlar la ansiedad se centran en la parte consciente, en la punta del iceberg.
Pero, ¿qué pasa con el 95% restante? ¿Cómo se trata esta gran parte para deshacernos de una vez por todas de la ansiedad?
Según el Psicoanálisis la ansiedad es resultado de miedos inconscientes, no tienen que ver con algo “real”.
Pongamos de ejemplo la ansiedad que se vive en las relaciones sociales. No hay realmente ningún peligro real, a pesar de que la ansiedad aparezca con mucha fuerza.
Hoy se sabe que el miedo a hablar en público es uno de los miedos más frecuentes en el ser humano, incluso es superior al miedo a la muerte. Y que se sepa, nadie ha muerto por hablar en público.
Cuando la ansiedad domina a la persona es frecuente que aparezca la evitación, la huída de ciertas situaciones potencialmente ansiógenas. Esto es útil a corto plazo, produce un cierto alivio.
Pero, a largo plazo, es el peor de los mecanismos de defensa, ya que cronifica cualquier síntoma de malestar psicológico y puede condenar a la persona a un aislamiento cada vez mayor, todo con tal de evitar todas esas sensaciones desagradables que conlleva tener ansiedad.
Desde el psicoanálisis el tratamiento se encuentra en ir a la raíz del problema, no solo con respecto a la ansiedad, sino con cualquier otro síntoma.
A través del relato de la historia del paciente se va llegando poco a poco al conocimiento profundo del malestar que resta tanta calidad de vida.
A lo largo de la terapia se irán liberando todas las emociones de dolor profundo. Y el miedo, tan asociado a la ansiedad, de forma paulatina irá desapareciendo.
Dicho así, parece sencillo y lo es, pero no significa que el proceso no sea poco doloroso: lo es.
El caso es que esta terapia funciona de una manera muy potente, sobre todo en el largo plazo, que es lo que nos interesa, pues de nada nos vale el “pan para hoy y hambre para mañana”
No podemos poner tiritas a problemas profundos que requieren una cura en profundidad.
Porque como decía el famoso psiquiatra C.G. Jung:
“No es posible despertar a la conciencia sin dolor. La gente es capaz de hacer cualquier cosa, por absurda que parezca, para evitar enfrentarse a su propia alma. Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad”