El vagón del tren de aquel domingo parecía una jaula de grillos. Casi estuve a punto de “gruñirle” al señor que me golpeó con su mochila en la cara. Pero entonces se sentó a mi lado una señora con mirada cálida. No tardó en darme conversación. Me dijo que iba a Madrid a acompañar a su nieta a un concierto de Raphael. No tenía muchas ganas, a pesar de que un tiempo atrás verlo cantar fue su mayor ilusión: “él es pura energía en el escenario y fuera es una bellísima persona”. Casi cinco generaciones de su familia eran fans incondicionales del cantante. Al primer concierto fue con su marido, su novio entonces: “también estaban mis padres, que tenían que estar presentes, era otra época…”.
Me contó que aún no había superado la muerte del hombre con el que había compartido casi cincuenta años de su vida: “Fue el amor de mi vida, no solo un buen marido, sino un padre excelente”. Pero su felicidad se torció aquella mañana de noviembre: “Todo por culpa de una negligencia médica, algo evitable, se le veía tan bien… aún no puedo explicármelo…”. En el desayuno habían estado hablando del próximo concierto de Raphael, en París, que coincidía con la fecha de su “gran aniversario”. Luego lo celebrarían con su familia y amigos, en su pueblo natal de Valencia, con orquesta incluida. Nada de aquello pudo ser.
Ella no lo había olvidado, seguía poniendo cada día el plato y los cubiertos en su lugar de la mesa; le hacía su comida favorita cada viernes, con arroz con leche de postre; los sábados ordenaba su ropa tras lavarla con mimo; incluso le hablaba de sus nietos e hijas, cuando algo iba mal, como si pudiera hacer “milagros” allá donde estuviera, dijo con una sonrisa. Sus hijas le habían dicho que algún día tendría que pasar página, pero ella no podía hacer eso.
En aquel momento se me ocurrió preguntarle cuándo había fallecido su esposo: “El mes que viene hará diez años”. Vaya, es demasiado tiempo, pensé. Aquel era un caso típico de duelo no resuelto. No hay un período exacto que deba durar un duelo, si bien algunos expertos señalan las fechas de tres meses, seis meses, un año o dos años. Depende de diversos factores, como el tipo de vínculo, siendo más duro si se trata de una pareja; el tipo de muerte, ya que no es mismo una muerte violenta que una muerte esperada y también de las características personales de la persona doliente.
¿Qué hacer cuando se sospecha que hay un duelo no resuelto?
Sin duda ir a terapia. Hay distintos tipos de terapia, que van a abordar el proceso de forma diferente. Una de ellas es el Psicoanálisis, que el famoso médico Sigmund Freud definió como “la cura a través de la palabra”. En las sesiones se hablará de todas aquellas anécdotas que recuerdan al ser querido, una y otra vez, hasta que la carga emocional de tristeza, rabia o frustración haya desaparecido. Esto puede llevar varias sesiones, depende del caso. En algunos casos habrá que indagar en aspectos más profundos, cuando se detectan conexiones con aspectos no resueltos de la infancia, hasta poder resolver el duelo.
Una vez finalizado este proceso la persona volverá a hablar de la persona ausente, ya sin dolor, asumiendo que la vida continúa y merece la pena ser vivida. Como le pasó a la protagonista de nuestra historia, que tras cinco sesiones, en las que lloró y se enfadó mucho, pudo volver a ser la mujer risueña de antes. El último día que la vi me contó que había dedicado un día entero a desprenderse a todos los objetos que pertenecían a su marido y que ahora se sentía otra vez viva y planeaba con ilusión el siguiente concierto de Raphael.