Esta quizás sea una pregunta que te estás haciendo en estos tiempos, o tal vez ya te has contestado afirmativamente o alguien lo ha hecho frente a ti. Te invito a revisar tu experiencia bajo otro prisma, el de la experiencia misma.
Seguramente te preocupa este tema porque has sentido en tu organismo una serie de señales que te han inquietado, que no consigues parar y que te molestan para seguir haciendo lo que haces. También puede que te haya parecido que son síntomas de una enfermedad o de un fallo grave de tu organismo, y hayas sentido a continuación, una alarma sonando “dentro de tu cabeza”. Si esto ha sido así, probablemente alguien te habrá dicho ya, o tu habrás leído, que lo que te pasa puede ser ansiedad.
Pero, ¿que es la ansiedad?
Ansiedad es una palabra que nos ayuda a referirnos a un conjunto de síntomas, muy comunes hoy en día, que causan bastante malestar a las personas que los experimentan.
Suelen tomar la forma de una alteración de la capacidad de la persona para controlarse: dificultad para respirar, opresión en el pecho, mareo, agitación en el corazón, sensaciones de calor corporal o sudoración, etc. Estas sensaciones corporales suelen estar acompañadas de otras de tipo cognitivo como la sorpresa o incluso el temor a lo que está pasando.
Habitualmente la persona que experimenta todo esto no suele comprender que le está sucediendo, por lo que busca alguna solución, intuitiva o profesional, para aliviar su malestar. Puede que busque lógicamente una solución rápida, porque la experiencia le resulta muy desagradable o porque cree que le impedirá hacer algo que le importa, así que le entra la prisa, quiere escapar de lo que molesta, que un médico me lo quite o acaba acudiendo al hospital. Esa prisa, fruto del sentido común, en el caso de la ansiedad puede hacer que todo se complique. Añadir más presión nos lleva en sentido contrario al que buscamos.
Antes de nada hay que comprender bien esos síntomas molestos, que parecen ponernos en peligro. Bueno, pues la realidad es que son señales normales de activación de nuestro sistema nervioso involuntario. Son una reacción de alarma ante un peligro, pero están dándose frente a algo (generalmente en nuestra imaginación) que no es peligroso y que, por tanto, no necesita esa reacción. La reacción en esas condiciones, hace que sintamos una cantidad de fenómenos corporales que desbordan lo que nos parece “normal”.
Esos mismos síntomas en otras situaciones, realmente peligrosas, serían adecuados pues estarían ayudándonos a hacer frente al problema, y además no los notaríamos, pues el organismo estaría haciéndose cargo de lo realmente urgente en esa situación.
Entonces ¿qué hay que hacer?
Sabiendo que los síntomas de ansiedad no son lo importante, pero nos molestan para funcionar normalmente. ¿Qué podemos hacer en esos momentos?, y ¿Qué es lo que está pasando para que acabe disparándose esta reacción?
Para poder responder estas preguntas no debemos actuar con prisa, para “quitar” lo que molesta. Solo así podremos encontrar y hacer frente lo que pueda estar pasando. Si nuestro caso es ligero, esta reflexión nos encaminará en el proceso de respuesta. Si estamos sintiéndonos muy mal, es necesario buscar la ayuda profesional de un psicoterapeuta.
Lo primero es dejar de sentirnos un juguete de la situación, dejar la posición de impotencia y miedo. Para ello hay que encontrar alternativas viables para que los síntomas no nos impidan vivir normalmente. Existen soluciones farmacológicas que hay que valorar, pero también hay soluciones prácticas, acciones cotidianas, ejercicios, trucos… para devolver la sensación de control a nuestro sistema nervioso.
Pero calmar los síntomas no es la solución final de la ansiedad. Si nos quedamos ahí solo le estamos poniendo un parche para seguir adelante como si nada. La segunda parte de un buen tratamiento de este particular problema es indagar sobre nuestro estilo de vida, sobre la forma en que estamos funcionando en lo que es importante.
Muchas cosas pueden estar sobrecargando nuestra resistencia: a veces pequeños asuntos que se van acumulando, preocupaciones que nos rondan, dificultades en la gestión de nuestras emociones, problemas en alguna relación, decisiones que se han pospuesto, situaciones que no hemos podido resolver y que martillean en nuestra imaginación, miedos infundados que seguimos alimentando…
Son los fenómenos de la vida los que la decoran, la perfuman, los que le dan sentido a lo cotidiano. Y son estos detalles los que nos hacen esforzarnos, luchar por lo que queremos, enfrentar retos, buscar soluciones, conocer personas, hacer cosas juntos, etc. Pero vivir también gasta nuestra energía, nos coloca ante conflictos y dificultades, que pueden generarnos sufrimiento o incertidumbres.
Sin darnos cuenta podemos estar generando estilos de funcionamiento que no nos ayudan. Construyéndonos un mundo demasiado exigente, sin saber lo que sentimos, sin poder expresarnos, sin encontrar sosiego o apoyo en los demás.
Concluyendo
La idea de “quitar” la ansiedad va perdiendo sentido en la medida que comprendemos mejor el fenómeno. Son los síntomas molestos lo que no podemos tolerar, no la activación misma de nuestro sistema nervioso. Eso nos habla de que somos un organismo vivo, alerta de lo que le rodea, orientado hacia las circunstancias que puedan ser mejores.
En ese sentido, podemos decir que siempre hemos tenido activación y siempre la tendremos, esa parte de la ansiedad forma parte de la vida. Hay días que resulta más tolerable que otros y casi siempre la llamamos de otro modo: disgusto, tristeza, rabia, contrariedad, apuro, prisa, etc. Nos habla de que siempre hay problemas, cosas que no están en su sitio (o en el sitio que yo quiero). Cuando algo de esto está más activo, se hace más urgente, la activación aumenta. Si me conozco bien, esto no me causa ansiedad, me lleva hacia esos problemas.
Podemos aprender a revertir o a tolerar todo esto, al fin y al cabo, de eso se trata la vida. Lo haremos a veces de un modo sencillo, otras con un camino más largo. Pero de cualquier modo, la ansiedad nos señala algo, nos inquieta y molesta, pero también nos da la oportunidad de ver lo que no anda bien, descubrir y abrirnos a nuevas posibilidades.