Hoy día es habitual ver jóvenes en la consulta preocupados por si tienen depresión, cuando en realidad se trata de dolor emocional por estar atravesando un momento difícil. El miedo al sufrimiento es tal, que vivir una experiencia dolorosa, se convierte en el temor a estar en una zona de peligro de la que hay que salir lo antes posible. Esa impaciencia hará que el paciente adopte estrategias y consejos, escuchados en otros contextos, que no tienen por qué adecuarse a la situación concreta de la persona y, por tanto, tienen mucha probabilidad de ser ineficaces e incluso contraproducentes, sobretodo si se adoptan con la idea de un resultado inmediato. El hecho de probar una y otra vez remedios poco útiles irá en detrimento del propio bienestar y agravará la falsa creencia de la persona de estar peor de lo que realmente está.
Además, la sociedad actual prioriza tanto el culto a la felicidad que cualquier malestar pasajero se interpreta como depresión, generalizando la creencia de que si no eres feliz es que estás pasando por una depresión. El ideal de felicidad suele ir acompañado de la búsqueda de una imagen personal casi perfecta, pero esto es una quimera si uno mismo solo ve las imperfecciones sin hacer caso del resultado global (que casi siempre es bueno), pero al no reconocerlo, la persona no cree en sí misma y se convierte en un ser vulnerable a cualquier opinión externa, sin llegar a ver todo lo que sí es capaz de hacer y conseguir. Aunque se trata de falta de autoestima y de asertividad, etiquetarlo como “depresión”, solo retroalimenta el sufrimiento y la conciencia de padecer una depresión.
En estas situaciones es frecuente que la persona no pare de pensar en su problema y en cómo solucionarlo, pero en vez de enfocarse en la solución y en las salidas del mismo, se centra en preguntarse por qué ha ocurrido. A este comportamiento, en psicología, se le conoce como “rumiar” y es una actitud que en vez de ayudar a salir de la situación acrecienta el padecimiento y el convencimiento de que es muy difícil salir.
NO AL AUTODIAGNOSTICO
Aunque estas conductas limitan la capacidad de disfrutar, no son “depresión”, y abordarlos como si sí lo fueran podría dificultar su tratamiento en un futuro, si se diera el caso. Aprender a utilizar estrategias de gestión emocional, control personal y cómo mejorar la autoestima y la asertividad son estilos funcionales que pueden tanto prevenir como aliviar los síntomas de la depresión y mejorar su pronóstico.
Este tipo de estrategias también son útiles cuando se padecen enfermedades físicas cuyos síntomas pueden confundirse con los de la depresión, como es el caso de infección de orina o hipotiroidismo. Por tanto, ante cualquier sospecha, el primer paso siempre es descartar dichas enfermedades, acudiendo al médico.
Al mismo tiempo se puede acudir al profesional de preferencia para que realice el diagnóstico. Los profesionales legalmente competentes para realizarlo son: psiquiatras, psicólogos especialistas en psicología Clinica y psicólogos generales sanitarios.
Los psiquiatras están autorizados a prescribir medicación y suelen basar el tratamiento en adecuar la medicación a las necesidades del paciente, dejando el tratamiento psicoterapéutico a los psicólogos.
Los psicólogos, en cambio, no podemos prescribir medicación y basamos nuestro tratamiento en modelos teóricos psicológicos y en técnicas de psicoterapia adaptadas a los objetivos y necesidades de la persona.
El mejor pronóstico para la cura de la depresión lo garantiza combinar el tratamiento médico y el psicológico, aunque es decisión de la persona elegir el tipo de tratamiento.
Lledó González